Por John MacArhur
Rara vez se menciona la mundanalidad en nuestro tiempo, mucho menos se identifica como lo que es. La palabra misma está empezando a sonar anticuada. La mundanalidad es el pecado de permitir que los apetitos, ambiciones o conductas individuales sean moldeados de acuerdo a valores terrenales.
"Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre" (I Juan 2:16-17)
A pesar de este hecho, ante nuestros ojos tenemos el espectáculo extraordinario de programas eclesiásticos diseñados con el objetivo explícito de proveer para los gustos carnales, los apetitos sensuales y el orgullo humano: "los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida". Para obtener este atractivo mundano, algunas actividades de las iglesias van más allá de la mera frivolidad. Durante varios años un colega mío ha estado compilando un "archivo de horror" con recortes en los que se informa sobre la manera como las iglesias están empleando diversas innovaciones para evitar que los cultos de adoración se vuelvan aburridos. En la década pasada, algunas de las iglesias evangélicas más grandes han utilizado artificios mundanos de distracción como teatro cómico y payasos, espectáculos musicales, exhibiciones de lucha libre y hasta juegos irreverentes para amenizar las reuniones dominicales. Parece que ningún tipo de truco y bufonada es demasiado descabellado como para no ser introducida en el santuario. El histrionismo burlesco se está convirtiendo con rapidez en la liturgia de la iglesia pragmática.
Encima de todo, muchos en la iglesia creen que ésta es la única manera como podremos alcanzar el mundo. Nos han dicho que las multitudes que no asisten a la iglesia no quieren escuchar predicación bíblica y por eso debemos darles lo que quieren. Cientos de iglesias han seguido esa teoría con fiel precisión y hasta se toman el trabajo de averiguar por medio de encuestas qué se requiere para que los incrédulos decidan convertirse en asistentes regulares.
De manera sutil la meta imperante ha venido a ser asistencia a los cultos y aceptabilidad por parte del mundo, no la transformación de vidas. Predicar la Palabra y confrontar el pecado con denuedo son cosas vistas como medios arcaicos e ineficaces para ganar al mundo. Después de todo, lo cierto es que tales cosas en realidad alejan a la gente. ¿Por qué no embelesar a la gente para que entre al redil ofreciéndoles lo que quieren, creando un ambiente amistoso y cómodo, alimentado los deseos que constituyen sus impulsos más fuertes? Es como si pudiéramos hacer que acepten a Jesús presentándole de alguna forma como un ser más encantador o modificando su mensaje para que les resulte menos ofensivo.
Esa manera de pensar PERVIERTE la MISIÓN de la IGLESIA. La gran comisión no es un manifiesto de mercadeo. EL EVANGELISMO NO REQUIERE VENDEDORES SINO PROFETAS.
Es la Palabra de Dios, no un embeleso terrenal, lo que siembra la semilla para el nuevo nacimiento
"siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre" (I Pedro 1:23)
No ganamos más que el desagrado de Dios si procuramos quitar la ofensa de la cruz.
"Y yo, hermanos, si aún predico la circuncisión, ¿por qué padezco persecución todavía? En tal caso se ha quitado el tropiezo de la cruz." (Gál 5:11)
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Por John MacArthur, Extracto del libro "Avergonzados del Evangelio"